Cuando el crepúsculo de la aurora de esa tarde llegaba al final, se abrió un gran manto azul cargado de estrellas y hermosos luceros, el resplandor de la luna me llevo hasta tu casa del prado.
Y hablando, nos dieron la una, las dos y más de las tres, contándote mis aventuras y vivencias, unas amargas y otras dulces, nos mirábamos y note que tus lindos ojos cada vez se iban penetrando en mi piel.
Ella sentada en el suelo escuchaba atenta aquella interesante conversación los dos muy a gusto estaban escuchándose mutuamente, pero el tiempo avanzaba y los primeros rayos del sol con suavidad acariciaba los cristales de mis ventanas, nos dimos un hasta luego y no un adiós.
© José Cascales Muñoz
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25 de Agosto 2016