A menudo me he tenido que comer mis palabras
y he descubierto que eran una dieta equilibrada.
Winston Churchill.
¡Cinco vivas al rey para invocar a la suerte!
El pueblo enardecido vitoreó el nombre de su
flamante monarca, que hacía la entrada por
la puerta de la ciudad de Nagsala agasajado
con las rosas más frescas que los jardineros
pudieron recoletar para tan magno evento.
Ricardo, que así se llamaba el nuevo rey,
sintió erizarse sus rubios vellos sobre su piel
cual si se tratase de espigas a punto de sazón.
La comitiva escoltaba el carromato real a la
distancia adecuada para permitir que el baño
de la multitud que se agolpaba exultante
pudiera producirse sin altercados ni
contratiempos que fueran de lamentar.
Cuando logró ganar el entarimado destinado
a permitir su discurso de investidura, se alzó
orgulloso sobre sus sencillos borceguíes de
cordobán para agradecer todo el calor recibido.
¡Solo os puedo prometer sangre, sudor y
lágrimas! decía con el llanto prendido a la
garganta, a lo que la chusma enfurecida
respondió enfervorizada como leones que
huelen la sangre de una pitanza cercana.
Una vez apagados los ecos de la gloria, sobre
la plaza que soportó el peso de la ilusión solo
restaban él y su conciencia, mirando al cielo en
espera de vigor e inspiración para ser el rey
que el pueblo espera, mas su fe en lo venidero
se hacía añicos en sus tribulados pensamientos.
Era sabedor de la amenaza de un pueblo vecino,
levantisco y belicoso, que respondía al nombre
de Burguindios. No albergaba más que remotas
posibilidades teniendo en cuenta la debilidad de
sus fuerzas militares.
Finalmente se cumplieron sus nefastos augurios.
Durante los primeros latidos de los años cuarenta
recibió un bombardeo que casi acabó con su vida.
Sobrevivió...