Nadie supo de ti, de mí, nadie supo de nosotros,
tan solo la noche y aquellos los sueños
de sábanas húmedas por loco deseo.
Nadie vio ni percibió
cuando nuestras bocas se volvieron besos,
salobres e intensos, cuatro labios,
un suspiro que grita y ahogado gemido.
Nadie supo ver a la antigua piel de cuerpos cansados,
luminosa y tersa, renacer de nuevo.
Y en el piélago encendido de los tiempos
sentir nuestras manos recobrar la vida,
y fueron caricias derramando fuego;
tu cuerpo en mi cuerpo, hacerse a la mar
desnudos, eternos.
De noches y días ardieron los cuerpos,
un orgasmo infinito quemando por dentro
y en nuestras miradas sobraron palabras,
hablaba el silencio de amantes sin tiempo.
Tu lengua y la mía fueron una sola
probando sabores, libando y gustando
el néctar sublime de nuestros sudores.
Nadie imaginó que nosotros,
robamos minutos regalando horas de gente corriente.
Nadie supo de ti, de mí… De nosotros,
nadie nunca lo supo, tan solo la vida y es suficiente.