Galopando sobre mi pretensión de erudito sin éxito: llevo semanas sin escribir absolutamente nada. Escribir no me produce ningún sustento económico, ni mucho menos pensar que algún día me ganarè un Premio a mi dedicación, como tampoco me produce síndrome del túnel metacarpiano muy de moda por estos día en los funcionarios públicos porque les toca llenar de vez en cuando un formulario y por el contrario siento que este ejercicio además de mantenerme ocupado me da tranquilidad y me ayuda a mantener el cerebro en constante ejercicio mental.
Es tan cierto esto que acabo de explicar que ahora mismo estoy elaborando estas líneas para dar tranquilidad a la intranquilidad que me produce no estar escribiendo algo, cuando escribo siento como si me lanzaran el salvavidas después de haber caído a las tormentosas aguas de una mar embravecida, aunque esto no sea más que algo así como un libro en blanco, algo que no dice nada que por lo tanto; nadie va a leer.
Siento que hoy no moriré porque estoy destilando una hemorragia de palabras desafinadas y desatinadas que representa la trama de mi vida, por lo tanto en este escrito no me despediré de conocidos ni de desconocidos, como les decía: tenía varios días sin practicar mi deporte favorito; ese que me pone lanza en ristre disparando letras a diestra y siniestra sin atinar una sola, la escritura, esa que le da tranquilidad a mi existencia, esa que me sume en lo más profundo de mi pretensión, me he obsesionado con esto a lo cual le llamo talento, aunque de tanto ir de fracaso en fracaso finalmente me convencí que no es más que una quimera para no morir desengañado.
Hoy cuando finalmente regreso a ejercer mi terquedad y me siento frente a este papel en blanco y me prometo a mí mismo que esta vez: ¡si será!, esta vez dejare fluir ese talento innato que vive en mí, pero. . . ¿será que ese talento habita en mi - que sucederá si una vez más se apodera de mi la frustración y no puedo coordinar una palabra con otra- tiraría ese papel nuevamente a la cesta de la basura y esta vez sí asumiría con resignación mi condición de fracasado y moriré convencido que nunca fui lo que nunca pude ser?
Llevo horas sentado frente a ese papel en blanco que se ha convertido en el reto de mi vida una vez más, me aferro a este lápiz y lo convierto en la extensión de mi brazo, intento escribir pero él se niega siquiera a garabatear sobre el papel, medito durante esos largos segmentos de ocio pero nada se me ocurre.
Solo a mi recuerdo se asoma la vez que deje fluir de mi imaginación ese absurdo cuento que una vez envié a un concurso, pero creo que ni siquiera lo leyeron y lo arrugaron y tiraron al cesto de la basura ahorrándome ese ejercicio al que ya estoy muy acostumbrado.
Hoy, en esta noche de pesadillas recurrentes cuando después de tanto tiempo de haberme estacionado frente a esta página en blanco y no haber colocado siquiera el encabezado me asalta un sueño que me alegra la noche, sueño que al abrir mi correo: me estrello con un mensaje enviado por los organizadores del concurso de cuentos en que una vez participé donde me felicitan por haber ganado ese concurso, “Fue su obra la mejor que recibimos entre miles” Tendrá que venir a la capital con viáticos pagados por la organización del concurso a recibir en una fastuosa ceremonia su premio al esmero, “Le anticipamos que “El cuento en esa hoja en blanco” ganó ese premio por ser la representación exacta de su imaginación, de una imaginación vacía, de una vida desbordante de nada, hueca como el cráneo que le tocó y así será su premio; “Una copa vacía con una placa en su pedestal que no dirá nada, pero a pesar de todo, ese sueño que para mí se convirtió en una palpitante realidad me hizo feliz.
Por un momento sentí una confusión, no sabía si vivir con la vergüenza o morir soñando lleno de felicidad con ese “PREMIO NOBEL DE LA NADA”, de la esperanza vacía, soñar o morir con ese relato de la página vacía y seguir convencido de que ese era el mejor relato jamás leído por quienes encontraron en esas letras inexistentes de esas quinimil sopotocientas líneas el esmero a mi estupidez, una novela que nunca dijo nada, una novela que ni siquiera tenía título, que no sé cómo adivinaron que yo era el autor porque por vergüenza ni siquiera me atreví a colocar mi nombre, una novela que a todas luces era como un exabrupto a la Literatura y a todos esos ilustres que quemaron sus pestañas a la luz de una tea en esas largas noches en vela en que sus deseos eran escribir la mejor de todas las novelas para el deleite de sus honorables lectores.
¿Seguiré cosechando el arte de seguir escribiendo en blanco para que nadie me siga leyendo - seguiré durmiendo para seguir soñando y así poder seguir creyendo que soy lo que nunca pude ser?