Menos mal que mi columna y la Naturaleza, me mantienen erguida y en pie, tras haberte llevado todo lo que me mantenía estable y me hacía flotar, como si estuviese sobre una nube, o alcanzando mi propio Nirvana. El invierno acudió a mi alma, con un frío que en demasía congelaba. Sufrí, pero con el tiempo, mi homeostasis se equilibraba. Las nieves de mis suelos desaparecieron, para tornarse en precipitantes aguas, aguas que caían celeres y mojaban mis pestañas. Aceptar que no todo era bonito, no tener miedo a llorar, me hizo recuperar la calma. Al fin y al cabo, sabía que de nuevo me visitaría el verano. Y, visualizando cristalinas aguas y sintiendo el sol sobre mi piel, el positivismo exarberado que me definía, de nuevo torné a poseer,al igual que el amor, que siempre repartí y nunca a partes iguales me habían dado, como de pequeña soñé.