Madame Mariné
paseaba su pena
esa mañana
a la vera del Sena.
La viudez
no se pegaba
en su realidad
no podía
concebir
la ausencia
de Pierre
tras cuarenta años
su único esposo.
Las nieblas
del avanzado otoño
daban esa irrealidad
que su mente
consumía.
Sobre la baranda
que daba al río
ignorado
un cuervo en su negrura
tal como ella
quieto
sin reflejos
la dejaba pasar
de negro
un sombrero ancho
y ese paso lento.
Vio el cuervo
como se perdía
en la niebla
esa mujer viuda
vestida de negro
como sus propias plumas negras.
La brisa
empuja la niebla
dejando el paseo desierto
iluminado
de sol tibio
mientras el cuervo
mira
por el río
alejarse una mancha negra
agitada por la corriente.
El cuervo
dando graznidos
se aleja en un rápido vuelo
por sobre el río
en la mañana
de ese fin de otoño
de París.