Comenzábamos en su boca para, sin pensarlo, acabar recorriendo su suave cuello. Seguíamos el recorrido por su pecho, dejando caer en él nuestros labios, jugando con su cuerpo, entrelazando mi lengua con su piel. Bajábamos por su abdomen, acariciándolo, buscando la razón para hacerla gemir, para oír salir de su boca un “sigue” que haga que tu cuerpo lo recorra un escalofrío tan intenso como el propio momento. Después de notar el sudor caer por su cuerpo, para, y vuelve a repetir el proceso.