Ajeno a mi destino
me aferro con pies de prófugo
a esta verdad de mí mismo que soy.
Ay, gran enemigo,
que revelas en la mirada de otro
la espina dorsal del abismo,
mi abismo propio,
certidumbre de espejismos
que me precipita o me yergue,
y luego reposa en el muro descarnado,
en el muro íntimo que se pierde
dentro de un gran laberinto
dentro de otro.
Fría estrella de llama fría que vivo,
que se disuelve en vacío,
hiriente vacío de masa inerte,
hiriente infinito,
hijo ardiente del tiempo consumido.
Ay, prófugo enemigo,
huye, pero vuelve,
sin ti, la guerra no tiene sentido.