Hay un río que desciende dormido,
con un perfume huracanado en su sonrisa,
trae fotos de la infancia,
cuando baja de la montaña con ojos asustados,
y desenfunda de su vaina
una música triste
que viene tarareando,
y corre, corre
a serpentear en la llanura inmensa de la tierra.
Corre, corre,
desemboca en el ancho abismo del océano,
vierte todas sus fuerzas
refrescando las flores, alimentando seres;
corre entregando su vida,
hasta que un día la ingratitud le mate.
Hay un río que duerme,
que camina mojando mis pies,
cantando o silbando canciones viejas,
está corriendo a través de mi vida,
haciendo ruido en la montaña oscura,
serpenteando la llanura inmensa,
en su lecho de piedras, de fango primitivo;
y desciende sin ser grande ni fuerte;
desciende con voz de niño,
navegado por lirios, besado por el viento,
con su música triste
y su vieja canción de marinero.
Nuestra vida es como un río,
como mil ríos,
como centenarios ríos
que descienden de la montaña oscura,
con la alegría de un niño
que va creciendo, regando florecitas,
y juega soñando con ser hombre,
y sueña con regalar sus sueños;
y bajamos a la llanura inmensa de la vida
a serpentear, buscando la salida del mar,
cargando con todo lo que hallamos
y vamos arrastrando en nuestras aguas.
Corre, corre como un río centenario,
vierte todas tus fuerzas a la vida;
riega un amanecer de estrellas,
y canta
tu canción de la infancia.
Quizá un día te sientas como un río
olvidado,
donde ni un cervatillo pueda calmar su sed.
No importa lo que pase,
solamente corre entregando la vida;
sigue amor mío, y corre,
no importa que algún día la ingratitud nos hiera.
Irapa. Mayo 28 de 1997.