Alberto Escobar

Calma

 

El silencio es el ruido más fuerte, quizás el
más fuerte de los ruidos. Miles Davis

 

 

 

 

 

Aquí, al pie del lecho eterno que te cobija,
subo al viento unas párvulas palabras que
sirvan de hierros candentes al que quiera
oirlas, a buen seguro ser atribulado por el
ruído ensordecedor que nos aturde nuestros
ajados tímpanos.

Vaya este insignificante homenaje a un
concepto que brilla necesario cuando la
ausencia se apodera de nuestras almas,
para purificarlas, para desgajar de ellas
toda la putrefacción que el frenesí de los
tiempos ha prendido sobre sus alas.

Tu muerte se funda en la supuesta inutilidad
que las generaciones que flaman en el presente
han instituído sobre tu fluir.
Vivimos inmersos en ruídos que, como banda
sonora atroz, se instalan en nuestros intersticios
más íntimos para convertirse en sinónimos del
ir con los tiempos.

El ruído es el chirriar de la apisonadora que allana
al ser humano en un existir de fábula, de espectros
que alimentan la ambición del que tiene la sartén
por el mango, del que enarbola el megáfono en las
manifestaciones.

Te extrañaré cada uno de los días que me resten
de vida, querido amigo, porque solo al conjuro
de tu presencia cumplía mi encuentro con mis
entrañas, con el arcoíris que abigarra mi habitación
propia.

Requiescat in pace.