La locura está en el momento preciso en que detengo el tiempo para retratar en mi mente, en mi alma, aquello que vivo. La imagen perfecta de un atardecer, la luna, el mar, la niebla de la mañana por entre la cual camino, y un rayo de luz que tímido penetra en la oscuridad. Locura de trascender, de estar y de ser. Lienzo que tiño de un color distinto cada vez; cada vez que intento tocar lo intocable, suspirar las palabras que interpreta mi alma, las señales de un posible destino y respuesta. Me siento tal vez un día cualquiera a pensar en lo impensable, brindar por la incógnita de mi existencia, recordando el sabor de cada gota de licor que pasa por mis labios, recordar todo, la imagen de humanidad, de divinidad que hay y que quisiera preservar. La memoria frágil olvida, uso esta vez el alma como contenedor, mis sentidos llevan hasta ella cada detalle, cada aroma, arquitectura de la transición. Hoy que respiro, vuelvo a buscar, algo más. Después de todo, hay días en que solo sentada al borde del abismo es que puedo mirar al horizonte.
Permanecer...
Permanecer y retornar a la vez...