El cielo entrevé la piel
que el sol no da de comer
como nubes de algodón
como el humo de tu balcón.
Temblando la flor al nacer
hasta que tornasol,
se ha puesto a llover.
Tu voz me recuerda qué hacer,
la misma que en la mañana
ordena el neceser
y adula la miel.
Dejaste tu juego de té,
y yo que pensé
que nunca te iba a perder
dejé que la noche
lo pudiera entender:
Mi abrigo es la habitación
que nunca vas a encender.