Para que tú corazón me oiga…
Cada mañana
improviso un trino de jilguero
en mi garganta
y te lo mando casi desnudo
envuelto en una sonrisa de nata.
Rompo los cristales que cubren
con sus curiosas
trasparencias, las ventanas
de mi alma
para que el sonido más puro
de mi aliento
acaricie suavemente
el dulce encanto de tus labios
que son rojos
como las rojas amapolas
y dulces y melosos como la miel.
Para que tu corazón me oiga…