Lo que le atraía fervientemente era la posibilidad de caminar sobre el límite del abismo: un pie en tierra firme, el otro suspendido al vacío. Rozar ambos espacios sin formar parte de ninguno. El goce del vértigo y del miedo, que la mantenían tan cerca como lejos de aquello y de esto, (de sí misma). Tanto, que devenía en sueños, pájaro. Tanto que despertaba de heridas, tendida al suelo. Tanto, que el desencuentro era el sitio que mejor la encontraba. Tanto, que… nada.