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Hadas, arboles, e inocencia.

Hace mucho tiempo habían jugando,

en un bosque correteando,

un trío de doncellas,

niñas para hablar de ellas.

 

El tallo de una flor, la primera ha tomado,

con sus aromas queda perfumada,

era así, que entre las sombras, más brillaba.

 

La segunda de allas, en el agua su claro vestido mojaba,

y entres sus manos escuría,

aquella agua pura y clara con el cual su bello rostro tallaba.

 

La tercera entre jardines admirada,

jugueteando entre mariposas y flores,

parecía haber sido bendecida por un hada.

 

Las tres parecían princesas,

sus risas, sus ojos,

eran vistas por todos.

 

Un viejo árbol abedul,

que paseaba,

en sus copas la vida ya no albergaba,

sus cuerpo flaco tronaba,

pues el hambre le ostigaba.

 

De repete vio aquella danza, que entre las tres niñas, se realizaba,

quedó tan impactado que el le hacía que el hambre olvidara,

y se dijo a si mimo:

 

- Que bellos rostros, que bellos colores, hermosos aromas, y que decir de sus figuras,

deben ser , sin duda alguna, ángeles sin alas,

que entre el bosque en el bosque danzan, un divino ritual seguro ellas bailan.

Tal vez puedan alimentar a un pobre abedul.

 

Y así, se acercó,

y entre las tinieblas del bosque se encontraba,

como serpiente, búho o roedor se acercaba,

pero, el crujir de sus huesos a una pequeña, avisó,

todas pararon aquella celestial danza, y al árbol se acercaron.

 

Al no escuchar sonido alguno ,un ojo, con mucho cuidado, abrió,

su celestial mirada de una de ella se acercaba

mientras su corazón, cada vez mas y mas se aceleraba.

 

Y en el momento justo, a unos pasos de él,

abrio los ojos,

y al sol opacando,

y al agua enturbiando

de rojo flores tiñó, cuando de la garganta a una tomo,

y la miro de cerca, sus miradas se encontraron y de pronto la engullo.

 

Las niñas inocentes, no pudieron escapar,

pues presas del terror, sus pies no pudieron controlar.

 

Y así convirtió un celestial baile,

de inocencia y pureza,

en un satánico ritual.

 

Y así hizo de un bello canto de sirenas,

que figuran las risas de las pequeñas,

en una ola de gritos, aberrantes.

 

Y con el último y desalmado bocado, el árbol se sintió mal,

pero lo hecho, hecho está.

 

Después de llorar un rato, y al ver que nadie les habían vengado,

se prometio a él mismo que nunca lo hariá de nuevo.

 

La verdad es que con el hambre, del ritual, no le dejo satisfecho,

escondió las ropas y vagó de nuevo.