A ella le gustaba la noche.
Admiraba la luna, las estrellas.
Alguna vez me dijo que quería irse lejos.
«Allá, donde la luz no llega.»
No era musa, pero no por falta de atributos.
No era musa porque ningún poeta la había visto.
Sólo yo podía verla cuanto hubiese querido,
porque solía esperarla para escapar juntos.
Aunque el único que escapaba era yo.
Ella tenía al mundo en sus manos
y ser preso de sus silencios
era mi manera de ser libre.
Recuerdo una noche de aquellas
en las que la hice reír tanto
que le salieron lágrimas de los ojos.
«Eres un sol», me dijo.
Por desgracia, yo quería ser luna.
Porque a ella le gustaba la noche…