Âme rose.

Espacio cero.

Lo tomé de la mano y supe que no estaba pensando en mí.
Él quería árticos con escarcha y soles hechos de sueños
y yo quería todo lo que tenía bajo la piel,
cada vez que sus pies tocaban el suelo
a todos les salían alas, menos a él.
Su fragancia a cascada,
los te quiero de mamá en sus ojos,
como el cielo gris se habría vuelto tornasol si él ese viernes hubiera reído,
su banda favorita habría escrito muchas canciones si le hubiesen visto la boca,
aquel día él tenía los ojos cerrados
y le pregunté que qué le pasaba,
que si se sentía mal,
y me dijo que le daba miedo el mundo
¡Oh, cariño!,
el mundo también me da miedo porque es oscuro y todo lo impresionante y desastrosamente hermoso se suicida,
no lo hagas,
¡imagínate!,
imagínate este mundo,
no mereces estar aquí,
mereces estar allí, y le señalé su pecho.
Pero por favor quédate.
Se muere cada día,
el bombillo de su cara se apaga después de levantarse
y me sonríe porque sé que me quiere,
pero no soy suficiente,
él quiere una artista,
y yo sólo le acaricio la frente y el pelo
porque parecen cabellos de pincel.
Y todos los días después de salir del ajetreo de su trabajo con su chaqueta negra puesta, se subía al bus,
le daba play a la música
y sus manos tocaban la ventana como si quisiera saber qué era lo que había más allá de su reflejo,
el sol para él era una bola de fuego que le besaba la existencia cada vez que salía a la calle,
y el mío usaba chaqueta negra,
también admito que sus ojos nunca fallaron al momento de dar vida en una mirada,
él le resolvía los dilemas existenciales a los violinistas,
él entendía el porqué aquel niño en el parque había pisado esa mariposa,
sus párpados creaban buena música,
a él jamás se le olvidó amar a las nubes,
él nunca fue de aquí.
Supongo que éramos de agujeros negros muy diferentes.