Alberto Escobar

Sofrito

 

 

 

El uno se me ofrece voluntarioso
El dos se me esconde tras la cortina.
Por entre las sábanas se escapa el tres.
El cuatro me brinda amistad y sosiego.
El cinco, ¡ay el cinco! se ríe de mis musas.
Cuando los busco, el seis y el siete se hacen rocío.
El ocho tiembla asonante ante el vacío de la rima.
Se van de copas el nueve, el diez y el once, madrugada.
El doce me aconseja pararme a cenar. Obsesión.
La suavidad en el decir me viene en el trece. Fluyo.
El catorce pone fin a mi desvenar lírico. ¿Qué os parece?

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Va siendo hora de recordar momentos.
Miro las noticias sin verlas, el corazón vuela.
El tuétano monótono de la realidad me enajena.
Pienso en aquella tarde, al borde de la playa.
Las imágenes se van pergeñando a trompicones,
solo interrrumpidas por el reclamo televisivo.
El presentador implora mi atención sin éxito.
La fantasía que se hace carne en mi mente ocupa
todo el espacio. La derrota de lo ajeno anunciada.
Fue un momento, el tuyo y el mío, que guardo
en mi nube. Cliqueo Google Drive.

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Enciendo los ojos en medio de la tarde.
Fue tan profundo en tan poco tiempo...
Cuando despierto me confundo en las horas.
El despertador me traiciona, sigue durmiendo.
Al estirarme en toda mi extensión reacciono.
¡Los niños, que me están esperando en el cole!
Me pongo lo primero que acierto a reconocer.
Salgo como alma que lleva el diablo.
¡Maldito despertador! o ¿Maldito yo?
Se me encoge el ombligo.
No me llega la camisa al cuerpo. Vergüenza.
¿Sentimiento de culpa? Pues sí. Me lo inocularon
cuando nadaba en la piscina uterina.