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Hombre muerto

Un hombre muerto refuto entre las sombras del atalaya del olvido, con el maldito frío en su esencia, me pidió a gritos un bocado de mí espíritu, me rogó que muriera en el próximo suicidio,
cuando los capullos no se logren y se pudran en la madreselva, antes de que la naturaleza regenere la tierra, en el éxodo finito del destino hacia la última primavera.

Caí en la tumba de las cicatrices incurables, llagas monstruosas de miradas atroces, me carcomían el numen, la inspiración que el hombre muerto aclamaba, todo se iba en las fauces del gusano cenizo con rostro de retiro, el quebranto resonó en mí anima, lloraba ahora abrazado al hombre hambriento de memoria, gemidos eternos se posaban en mí boca. Pidiendo la muerte sin derrota.

Abrí los ojos en una cámara obscura, parecida a la capilla Sixtina en forma y tamaño pero en belleza era un fiel antónimo, estremecido en pasos sigilosos avance por la galería, esperando olvidar los demonios que me perseguían. El hombre muerto al lado de un fénix grisáceo habló fuerte y claro –te sigo esperando-. Los temblores ocuparon mi cuerpo, espeluznantes sentimientos, querer morir en el encuentro al pasado.