Te odio.
Te odio por el nerviosismo,
por los desvelos intencionales.
Te odio por mostrarme el mundo,
a pedacitos.
Me recordaste que no era feliz
y me hiciste odiarte.
Te odio por la incertidumbre,
por volver a encerrar
mariposas en mi estómago.
Odio odiarte a diario.
Me odio a mí por tener que odiarte.
Y,
sobre todo,
te odio
porque, aunque quiero,
no puedo amarte.