Bajo la luz menos cruel de Madrid
(cansado pero palpitante).
Sobre su sombra mas clandestina
(en soledad pero no vacío).
Su mirada de tierra húmeda
se alza al borde el silencio
para hacerlos trizas a golpe
de las partituras que germínan
entre la maleza de su alma.
Derramando revelaciones del sigilo
en astrales muros y plazas,
en espalda de salitre y tobillos de nácar.
Melodías hiladas
a cotidianos abismos
de cal, especias, ventanas.
En las que interrumpe la lucha
al dolor que habla.
Y cuando el día
se endurece entre sus brazos.
Y los gorriones pretenden
picotear sus ansias,
él les entrega
mijo de sueños inalcanzables.
Y estrechando, entonces,
los dedos del vagabundo,
temblorosa, la lluvia
(exhausta y conmovida)
comienza a romperse en pedazos.
Y encuentra el esencial legado
que solo unas manos vacías y errantes,
un alma insondable pero rebosante,
alcanzarían
en un suelo vuelo a descubrir;
a lo largo de la anciana llanura
(en la cúspide de la niebla oscura),
en lo mas profundo del ombligo,
(al final del torpe verso amigo),
en el aplastante tránsito de un segundo
(en el disparatado interior del momento rotundo),
y respirando con quietud
al cálido aliento de entre los limoneros,
la calma ilimitada de todos los instantes,
se asoma al abismo horizontal
de entre su piel y sus horas.
Y mirando, del vacío, hacia dentro,
es capaz de recomponer
la perfecta tersura del silencio
oscilando en sus ojos.
Puñados de arena, brasas y brisas.
Tardes cayendo entre amapolas amarillas,
caminos perpetuos, sin prisa
y allá en el horizonte …
estelas de secas orillas.
Del inquebrantable sentido pleno
en cada charco que pisa
y mirando de noche, hacia arriba,
un firmamento repleto
de quebrántos amargos y doradas risas.
Y anudándo a su pecho
una bandada de sueños vencidos
cargados de humilde dicha.
AUTORA - Merche Monroy Fernández