Tras más de tres décadas
de vivencias y logros, no sin caídas,
uno cree todo saberlo
y todo poder gobernarlo.
Hasta que aprendes
que la vida es nueva cada dia,
y que con ella trae nueva alegría.
Decenas de bellos bebés tuve conmigo
y llené mi corazón de darles abrigo,
pero permanecía dentro de mí un eterno frío
que no cedió hasta que tuve a uno que era mío.
Desde el instante en el que la idea surgió:
“Un bebé!”, algo en mí se inició.
Fue entonces que el frío cedió;
Empecé a percibir el calor que generaba la ilusión
de vivir una nueva canción.
Al mis manos mi vientre tocar
sentía todo mi ser vibrar…
Disfruté cada segundo el placer
de madre llegar a ser.
La primera vez que lo tuve en mis brazos
le prometí amarle, … ¿con abrazos?
He aprendido a entender su necesidad
y a suplirla con lo mejor de mi humanidad.
Cuando una vez le vi
parado frente a mí,
con sus ojos expresando inocencia y ternura,
impotencia y dulzura,
empezó el largo proceso de comprender
que cuando hay algo grande que hacer
el cielo otorga, pero también demanda.
Y con la encomienda,
la capacidad para cumplir te manda.
Hoy, más que nunca, me identifico con la canción
que siempre me llenó de emoción:
“Hoy veo en tus ojos, por primera vez,
Y por primera vez, veo quién eres;
Me cuesta creer cuánto hay en ti
cuando vuelves tu mirada hacia mí;
por primera vez
veo lo que el amor es.”
Dios es amor
y verle a los ojos es sentir Su calor.
Por eso, aprende, que el frío
se aleja cuando dices: “mío”.
Recibe y abraza
cada cosa buena que por causa de ti pasa:
Esa sonrisa, esa mirada que por ti se genera;
Ese regalo que por ti espera;
Cada muestra de amor
que, por ti, sucede a tu alrededor.
Jamás menosprecies su calor,
pues traerá consigo el temor
que se desarrolla en el frío donde falta el amor.
¡Haz tuyo el amor;
éste mantiene alejado el dolor!
¿No escuchas la voz del cielo
que te dice con tanto celo:
“Yo te lo concedí,
Recíbelo de mí”?
Y sigue siempre al amor fiel.
Dulce como la miel.