Había escuchado operas, tangos
zarzuelas y fádos
en grandes coliseos y en
románticos teatros.
Pero tu sentías que te
faltaba algo nuestro
un faro alumbrando la
soledad huérfana de los
solitarios, una voz quebrada
de cuaderna rota de barco,
unas cuerdas de guitarra
que sonaban a bronce colado.
Allí se encontraban hombres
que nunca se habían encontrado.
Miguel Vargas como un sacerdote
oficiaba una misa con seco
vino blanco, después nos
dispersamos por un universo
de nubes de plata vieja
y fuimos por la luz
del alba despertados.