andrea barbaranelli

Esta mañana, por un descuido

                                              

                                               a Carmen, mi mujer,

                                                 en el segundo aniversario de su muerte.

 

 

 

Esta mañana, por un descuido,

el grabado japonés con la muchacha

que camina contra el viento,

se desprendió de la pared

y el vidrio se hizo añicos.

Mi amigo el enmarcador me ha propuesto

cambiar no solo el vidrio

sino también el marco, para que resalte

de manera más adecuada la belleza del dibujo

y la elegancia de los colores. Pensé,

antes de tomar una decisión, que eso

sería el primer cambio, después de tu muerte,

un cambio apenas perceptible, mínimo,

pero que igual abriría la puerta

a otros imperceptibles cambios del aspecto

de la casa que hemos decorado juntos, nosotros dos,

hasta en los mínimos detalles. Poco a poco,

el polvo levantado por el viento que sopla en el grabado

volverá a caer, se depositará y se hará palpable,

se hará visible; los objetos, uno por uno,

por los motivos más varios, van a ser desplazados,

alguno de ellos se romperá, será tirado,

hasta que, al fin, el aspecto de la casa será radicalmente cambiado

como para resultarte irreconocible si un día,

por un milagro inaudito, volvieras

a cruzar su umbral: mirarías

a tu alrededor maravillada y asombrada, incrédula

y profundamente apenada por mi infidelidad,

por no guardar nuestra casa como la habíamos creado

cuando estábamos juntos y nos prometíamos un amor

que el tiempo no mudaría.