Le he puesto luz a la noche,
he cambiado el café por limonada,
el invierno por verano (ni siquiera por primavera)
y la ciudad por la playa.
Hay mucha niebla, sin embargo.
Si me pongo a buscar caminos no los encuentro.
Lo mismo me pasa contigo, sólo que tú
no eres camino, sino lugar.
Y cuando te propones llegar a alguien los atajos no sirven.
Mi vida es una escalera que asciende
hasta un rellano sin puertas.
No es que te extrañe, es que
no me acostumbro a estar solo.
Nadie ha llegado a este sitio desde entonces
y a veces creo que lo mejor que podría
hacer con este edificio es demolerlo.
La única ventana que me queda
proyecta mi sombra contra la pared
y sé que si grito con fuerza nadie llegaría a oírme.
Ayer te quería, pasado puede que no.
Hoy no sé y posiblemente mañana tampoco.
Ayer volabas conmigo, pasado seré yo caminando.
Hoy me sueltas y mañana seguiré a rastras.
Recuerdo la felicidad de aquel matrimonio que no tuvimos:
el poeta adorando a la musa y la musa ignorando que él existía.
Si hubo un vacío, nunca lo viste.
Si hubo una herida, nunca supe mostrártela.
Vivo en este mundo
donde cualquier cicatriz es poesía,
donde vestir flores también es invierno,
donde al pecado se le llama cielo
y donde la felicidad sigue siendo una extraña.
Este poema es otra de tus culpas.
Te condeno al calabozo de mis palabras
a perpetuar tu nombre en mis sollozos.
Eres responsable de tantos delitos
contra mis sueños, contra la paz,
contra la felicidad y la tregua.
Contra la misma guerra.
Te quiero y esta vez ya no me quedan excusas
para refutar mis propios sentimientos.
Quédate en contra de tu voluntad
tal como yo acepté dejarte en contra de la mía.
Si uno es preso de sus palabras,
yo seré culpable de todas las que no te dije.
Que no se te haga extraño aquel individuo
que te mira en silencio por la calle.
Eso si es que llegas a verlo.
Yo me esconderé detrás de cualquier muro
para que sepas que los poetas,
si bien es cierto que no olvidamos,
también tenemos ese punto crítico
donde dejamos en paz a quienes nos mostraron un lugar
sólo para tener la excusa perfecta de tomar un camino.
Aunque no lleguemos a ninguna parte.
Aunque volvamos al lugar de siempre.
Porque mi vida es una escalera
que no sólo carece de destino.
La mía es además una que no termina.