Roberto Moran

Carta de un exiliado.

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Los malditos días pasan, y pasan como esas olas que van y vienen contando historia de esos horizontes fronterizos y distantes que observamos sentados como buscando esperanzas gastadas, muertas tiradas en esa fosa común que se encargaron todos de hacer, parar triar allí los sueños y las ilusiones de quien nos atrevimos a soñar alguna vez, porque nos atrevimos a masturbarnos en las plazas a favor de lo que creemos y amamos.

Y pasan, pasan, uno tras otro, sin importar nada, como esas aves que vuelan en el ocaso cruzando el cielo en busca de cobijo para la fría y solitaria noche. Yo a tu lado, siento que muero, y quedamos en el luto mas placentero, porque morir a tu lado es el placer de serle infiel a la muerte, que cada tarde me acompaña con mi café y mi cigarrillo platicando de los grandes conflictos por la inflación en la taza de mortalidad gracias a la globalización de la misma. Mientras ella me habla de eso, en esas tardes, en mi van naciendo preguntas, poemas, ganas y besos, y te imagino entonces allí acostada, y desnuda, con tus pequeños pechos encendidos con ganas de ser lamidos por mi lengua también incendiada, de placer, de muerte y amor; lanzándome sobre ti entonces tatuó los versos en rincones de tu piel, con mis dientes, mordiendo cada parte por mínimo espacio que tenga.

Cuando vuelvo a la realidad, no mucho a pasado, estas allí, y ellos se sientan por el otro lado, yo me quedo en el centro y entonces me siento, frío, y me doy cuenta que sigo muriendo cada vez mas, mi cerebro delira, explota, se atormenta, se autoflajela, encendiendo las alarmas de seguridad, encendiendo las voces que hablan en mis oídos cuando todo esta en silencio total y ni siquiera un tango suena.

Y pregunto, vuelvo a preguntar, tus labios no dicen nada, tu mirada me exilia, es a esta hora entonces cuando el fastidio y la obstinación maneja mi cuerpo, me molesta cuando me exilias, dejándome al limite de todo, haciéndome sentir parte de nada, y me da por quedarme callado y mientras callo, me pregunto realmente lo que soy, o lo que puedo ser y no encuentro respuesta alguna en tus ojos tácitos y negros, solo siento el silencio silente que silenciosamente recorre todo mis huesos y grita en mi corazón palabras que no logro comprender, como si nada fueran.

Entonces es como caminar errante sin saber hasta que punto estoy errando y en que punto se puede hacer lo correcto, simplemente porque no se que es hacer lo correcto, ni entiendo que es errar – aunque esto parece que es lo que hago a diario – ni siquiera en que estoy errando.

Y al final de la noche, solo queda el recuento y el frío, de esta fosa común en la que duermo, antes de ver el sol del nuevo día, pero sin lograr olvidar el ocaso del viejo día.

 

 

 

 

 

 

P.D: al final, los gritos, nadie los escucha en el exilio, ni siquiera yo mismo.