Sigo caminando por tus adarves.
Soldados que velan la roja luna,
testigo del arrullo que duerme la
fuente, leones sedientos de gloria.
Tus patios heridos por los ecos de seda
de tu esplendor, que se rocía al aire de
nardo blanco jazmín, ¿y tus arrayanes?
¿Qué me dices, roja y fuerte, cuando
sueñas en tu ausencia de hogaño con
el blanco y verde de tu medieval risa?
Cuando me sumo en tu Generalife me
troco en clavel que orillara la nariz de
Almanzor y de Boabdil húmedo de lloro.
En lo alto de la Torre de la Vela me subo
en veleidades de rey nazarí, que poseyera
cuanto alcanzaran sus ojos.
Tus barrios de tejedores, orfebres y sastres
cobran bullicio y gentío con solo el ademán
de mi memoria, que se deleita en el quizás.
Me dejo nadar entre los misterios del agua
que te sustancia, el frutal jardín que nutre
de aromas la calma del poeta, cuyos versos
cobran posteridad de santa epigrafía.
Me derramo de final gozo entre los mocárabes
de la Sala donde los Embajadores deliraban
cual cegados de aparición mariana.
Al salir de tan mágico recinto me siento despertar
de un sueño iluminado por Alá y escrito por la
pluma insigne de Washington Irving.
Que tu embrujo me tenga en suspenso por los
restos de mi existencia.
Wa sha llah ( Quiera Dios)(de donde viene Ojalá).