Con la mirada vacía de quien se pierde a sí mismo, yace desnuda, abrazando con sus muslos las estrechas caderas del silencio, todavía palpitante, adentro.
La contempla el amante satisfecho, degustando el sabor de sus mareas
Frente a ellos las presencias cabalísticas fueron testigos mudos de la consumación: antes, ella -soledad- había preparado el escenario preciso. Antes -ansiedad- había vencido la piel de infiernos a fuerza de provocar
Salpicada de sudores en plena madrugada, el espasmo todavía agita los residuos de su alma extraviada: atravesando el plexo, una mano intrusa rompe sin estridencias, mientras sus pechos erectos reciben los besos en la lengua del silencio, bebiéndola en su sal...
El tiempo ha llegado: toda la vida resulta vanidad