Tú insistías en que esta vida mía
fuera vida.
Y yo te miraba provocarme y veía el fecundo instante en que
tal ocurrencia se hacía realidad.
Tu ansiedad me apretaba las costillas.
Y mientras yo suplicaba tu sabor,
tú me enseñabas la paciencia.
Jamás tuve un mejor maestro,
ni una forma más bella de aprender.