Las desventuras en un perro hambriento a lo lejos
no perturban la falta de sueño
ni su baño de frío…
El suicida ha decidido dejar de serlo.
La brisa no se inmuta de su dolor
ni de las hojas de su diario
en la madrugada garabateadas con martirio.
El mundo le sigue como una sombra
y su tiempo avanza como la corriente del río
que se afana por morir en el delta:
su nacimiento en el mar del olvido.
El dolor como un suave suspiro,
como un leve recuerdo en sus ojeras,
es una marca perpetua
de esclavitud a un terco desvelo...
El ya no duerme sus fantasías
ni sueña sus amores secretos.
El ya no apuesta sus esperanzas al mañana
y solo se queda con una canción de invierno.
-Para eso está el mar- lo dice sin palabras
con el lenguaje de la piel de gallina.
Tan agotado por las lágrimas,
el suicida parece ver sirenas solapadas
en la marea que se mece como una vertical cortina;
parece ser invitado por la felicidad
que le vende la muerte con su regazo
con unos pechos que le darán de lactar
el agua del estigia.
-Para eso está el mar- y lo dice hundiéndose
no solo con el cuerpo, lo dice
descendiendo al misterio
de un mundo sin color ni sonido.
Las brazadas se olvidaron, la noción de lo que es bueno
le parece ser un lenguaje que se olvida.
El agua salada le arropa poco a poco.
El cuerpo lucha por vivir, lucha...
Lucha un cuerpo que se adelantó
a estar ya sin alma y sin vida.
La última noche fue bálsamo, se hizo
con el pasaporte, se llenó los pulmones
de palabras y promesas nunca antes dichas.
Dios no le quiso, tejió para él
una fatal profecía
y se olvidó de quitarle
al suicida la memoria.
El suicida pasa revista al pasado
solo para reafirmar sus ojos apretados
al dolor que deja en el muelle de los que ahora sueñan.
Deja que el destino en forma de corriente marina
le lleve al abrazo eterno del planeta que duerme.
Hubo veces que se dijo:
-Debí ser planta, sin profundidad en mis sentidos.
-Debí ser viento, ser un elemento sin motivo.
-Debí ser fantasma, sin la culpa del edén
perdido.
E incluso en sus escasos momentos de idilio:
-Tengo el pecho pequeño, y mi alma con el miedo
de un niño;
quiero huir de este corporal martirio.
El suicida, mientras pierde el vínculo
con la seguridad de la orilla alejándose,
piensa que en esta vida, la pasó soñando.
El suicida quiere despertar
a un mundo sin identidad, un mundo
que no sea mezquino
con su regazo… Un mundo donde
se puedan tocar los idilios.
Su cuerpo, sin alma, sin bandera
se pierde en el horizonte marino;
el color azul lo acoge
ya solo toca preguntarse:
¿le encontraremos?
¿estará en un perdido suspiro?
Poeta y escritor: Edmundo Vélez Alcívar
Guayaquil - Ecuador
Derechos reservados del autor.
Pd: si por casualidad caen en mis letras, sean tan amables de escuchar la declamación del poema en el link de youtube.