Allá queda tu mito intransferible:
la maza enorme con que el Orco irónico
amenaza en la puerta de la tumba;
los hombres de las barbas triangulares,
casco de hierro y espadas resonantes:
la sangre derramada en la batalla
en el puente de tablas sobre un río;
la fabulosa creación del arco;
la indescifrable risa de los dioses;
el velero corsario eternizado
en la festiva magia del hexámetro;
las uvas reflexivas madurando
en el valle intrincado de los muertos;
el mar que acecha, inquieto, en tus orillas,
el camino del puerto hasta la acrópolis
en la luz abismada del verano;
la piel amoratada de las vírgenes
ardiendo en las tinieblas del sepulcro;
una agonía de lentas marejadas;
el azaroso juego del arúspice.
Allá queda tu sueño sin palabras:
en las líneas sonoras del paisaje,
en una clara intimidad de muertos.
Sobre la exacta cifra de los montes
brilla en el aire un agua de equinoccio.