Y allá sentada,
desde muy niña
contemplaba el mar.
Con su oleaje,
que viene y va,
como la vida misma,
que llega y se va.
Ella fue creciendo
tan intensa,
tan consciente
de sus sentimientos,
que balancean
su pensamiento.
Con su mirada
fija en el infinito
y el canto de las sirenas.
Pequeña ventisca,
que arrojaba a sus oídos
el recuerdo de su voz...
la de aquel niño,
que nunca regresó.
Susurro de caracolas,
rugido del mar,
ella no se resigna,
espera y esperará,
el regreso de aquel niño,
para poderle amar.