Ya no soy el mismo de antes
cada vez puedo menos
y siento más.
Ya no hay más amores
por los cuales suspirar,
ahora sólo hay dolores
por los que se ha de agonizar.
Mis rodillas crujen
como las bisagras de una puerta oxidada,
como el chasqueo de los dedos,
y como las gotas de agua.
Mis pies me duelen
de tanto soportar el peso de mi cuerpo.
Mis pies me arden
tal cual como si me pusieran hielo
y lo dejaran reposar hasta la eternidad.
Mis hombros están cansados,
me siento como un burro de carga
de aquellos que no descansan
ni beben agua.
De mi cuello escurren gotas de sudor
que son el signo de mi esfuerzo
y dedicación.
Pero, ¡Ya no puedo más!
La vejez me lleva a la oscuridad,
una oscuridad tan profunda y tan lejana.
¡No me quiere dejar caminar!
Soy un pobre viejo
que sale de su casa a trabajar
para ganar unos centavos...
para ganarse la poca vida que le queda.
Mi vida la he pasado con mi esposa
en una humilde choza
y, si preguntan por mis hijos
ellos ya se han ido,
tomaron un camino lejos del mío,
e hicieron el suyo para crear su destino.
Pero, ¡Ya no puedo más!
Mis piernas
ya no pueden recorrer caminos cortos
porque sienten que son largos
aún sabiendo que son tan sólo una pequeña distancia de un mar lejano.
Soy un pobre viejo
que sale de su casa a trabajar.
Soy un simple zapatero
con una edad muy avanzada.
Ya no veo jubilación
pues para mí no hay.
Aunque quisiera
me debo de aguantar.
Tengo artritis y Parkinson en mis manos,
y aún así,
dependiendo de todo,
trabajo.
Extraño mi juventud,
a mis hermanos,
a mis padres,
y a la destreza que tenía antes.
Como todo viejo,
extraño poder saltar bardas,
correr por desiertos
y escalar montañas.
Pero ya no puedo,
la vejez no me deja caminar
aún cuando yo me arrastre por la arena
siento cómo me jalan unas cadenas
llevándome a una oscuridad
tan abierta y tan cerrada,
tan profunda y tan inmensa.
Mis ojos ya no ven con claridad
uso anteojos, pero ¡¿Qué más dá?!
soy un pobre viejo
que ya no puede más.