Ni las oropéndolas alcanzaban a ver la luz, las miles, las claras,
las pasiones presas del atardecer, de antemano exprimidas por novicia mañana.
Adormecida tarde, acogedora y del color que alimentaba sus impalpables rumores,
vistió de tembloroso al cielo despertándose en auroras.
Como toda belleza ataría su pulcritud la galerna turbada.
Noche y solo noche despoja ardor de nuevo día;
deseo irrefrenable de amatorio sueño, externo campo de lo indecible…
Suya senda que sola anda por prohibidos caminos, suyo andar de incierto recorrido.
Noche y sólo noche vistió de oscuros ropajes, histeria, el canto endeble de amante,
indecente correteo titubeó al oscilar entre dos mares.
Como toda belleza ataría su pulcritud el suspiro humeante.