Hay mucho ruido, se esconden las sombras,
se marcha el viento y vuelven las penas;
juegan ajedrez el Pasado y el Presente.
El Futuro atisba a una distancia prudencial
del eje sobre el que se equilibra mi vida.
Se mueve el caballo del Presente y de un salto,
se come al alfil del Pasado.
Y mientras tanto, un peón muere de pena
al otro lado del silencio.
En mi cabeza se enciende una llama y otra se apaga.
A ambas las controla una sonrisa.
La primera es de alguien que no sonríe muy seguido;
la segunda, de quien ya ha sonreído lo suficiente.
Navego montado en el viento;
a veces llego tan alto
que puedo tocar el suelo.
No le he dicho a nadie lo que escondo en este cofre,
ni lo que significan estas muecas.
Nadie sabe por qué casi siempre estoy callado,
ni cuáles son mis puntos débiles
donde puedan hacerme cosquillas
hasta reír tanto
que parezca que estoy feliz.
La torre del Pasado, sedienta de guerra,
se arrastra hasta desplazar al caballo del Presente.
El Futuro desde las sombras se priva de risa,
y mientras tanto, un peón muere de pena
al otro lado del silencio.
Callo más de lo que hablo y eso no es sorpresa.
La sorpresa es que lo que hablo
casi nunca tiene que ver
con aquello que quiero decir.
Me gusta el invierno, pero cuánto quema.
Cuánto ofusca, como si hubiese decidido
ponerle fin a este dilema de mi vida,
a punto del cuarto lustro,
a diez pasos de distancia.
No es invierno, claro, sino primavera.
Pero hace tanto frío que el verano
se ha puesto celoso y me mira desde el otro lado
frotándose las manos
como si planeara su próxima venganza.
Un peón salta en diagonal
y destruye una torre mal ubicada;
las piezas restantes tiemblan de impotencia
y se quiebra la secuencia armónica
de esta lid encarnizada;
los monarcas en mitad de la gresca,
confían su vida sorteando los movimientos laterales,
perdiendo el norte y el sur a precio de revancha.
Mientras tanto, un peón muere de pena
al otro lado del silencio.
Oigo canciones que no dedico,
dedico poemas que no leo,
leo a gente que no conozco
y conozco a todos menos a quien quiero.
A ella la quiero tanto que puedo hacerla llorar
sólo si con eso me quiere menos como ahora
y comienza a quererme más como yo quiero.
Pero son tantas cosas. Tantos conflictos...
Unos peones se abrazan,
dos caballos se cubren las espaldas,
las torres no aceptan su destierro,
los reyes huyen y la reina es la única
que todavía tiene la espada intacta.
El Presente y el Pasado hace rato
que dejaron de estar al mando
y se miran a través del tablero
maldiciendo al otro con los ojos.
Un espejo se rompe y llora los días que lo ignoré.
Una flor se marchita y sus pétalos
son amenazas de muerte.
Recojo ambos sin mucha delicadeza y sólo entonces
noto que varias piezas de mi ser
se han quebrado y caen a pedazos.
Aún no asimilo la velocidad de este contrasentido;
ha sido un cambio brusco y yo, ya un ser decrépito,
cuyas esperanzas son tan resistentes como su memoria,
no me muevo de este sitio
y le doy la bienvenida a las nuevas piezas
y formo con ellas un nuevo hombre.
A ver si con suerte, este comete menos errores.
A ver si con suerte, a este lo quieren más
(o lo abandonan menos);
a ver si con suerte, este es más feliz
(o menos triste).
De mí sólo tendrá el nombre
y aquellas llamas que arden en mi cabeza.
Una que apenas se enciende,
y la otra que ya se reduce a cenizas.
El Futuro, incrédulo como siempre,
ve cómo las piezas arman su propia masacre;
al final abandonan el campo de batalla
y ningún estandarte se alza victorioso.
El Presente y el Pasado tampoco entienden
que hay decisiones fuera de su alcance.
Señalan con el dedo a aquel hombre
que nace de mis ruinas
y se apartan
y le ceden el paso.
Él vivirá con este micro-incendio
y dentro de lo que me permite el sentido común,
me atrevo a augurar que,
con ayuda de aquella suerte que no existe,
volverá por el mismo camino en busca de un abrazo.
Yo estaré aquí para recibirlo,
aunque dudo que para entonces
me sigan quedando fuerzas.
Mientras tanto, un peón muere de pena
al otro lado del silencio...