Maga11

El corazón que habito

Es como si hubiese permanecido dormida todo este tiempo, inerte, sin vida, ecuánime, imparcial sin carga, en una levedad fría y clara, sin oscuros más que los matices de pequeños dolores.

Cuando llego quebró mis esbeltos muros a pedazos, derrumbo las quimeras, enojo la calma, destrozo con su particular encanto mi sueño en vida, en sacudones me reanimó, me despertó por lo que creo ahora para siempre,  fina analogía me retrotrae a la mente la historia de esa bella durmiente, no sé si yo era bella, pero dormida eso si que compartía; no es que quizás sufriera en esa calma eterna, no es que doliera, por lo contrario, era paz templada, rauda, limpia y soberana paz.

Lo que muchos desconocen es que cada 300 años o quizás dos, quien se pone a contar el tiempo más que Cortázar, la vida emana un corazón que no late, que no respira, que nada le duele o perfora que nada le habita más que o la esperanza del palpito o el sosiego eterno. Un corazón como el mío.  Y cada tanto a la par la vida engendra un corazón con tanta fuerza, con tanto brío, que como los electrones en la valencia busca su descarga, su cable a tierra.

Una escueta diferencia de tiempo, de oleajes de eso que sucede y atraviesa, nos dividía. Cuando yo llegue al mundo, él ya tenía 7 años caminando por la vida. Finalmente, después de veintitantos, cuando los infinitos motores causativos por fin nos condujeron, fue como una descarga, como un corazón rompiendo calma, quebrando muros, reviviendo a otro, una explosión de energía, danzas cósmicas, fuego vivo.

Desde ese mayo que en su precoz comienzo nada prometía, desde ese mayo que se iba, ya nada volvió a ser lo mismo.

Ahora la paz es como la tormenta, viene cada tanto por oleadas a recordarme que la muerte tiene mucho de calma y que la vida tiene mucho de fiebre y furia.