Voy huyendo de las ciudades
cada vez que me alcanza la soledad,
cada vez que le llamo casa
y me destrozo el alma allí,
cada vez que beso a mi rostro
en una calle en la que ya estuve antes,
llena de sombras que creo
que todas se parecen a ti
-o al menos, todas esconden tu sonrisa-.
Huyo del eco que deja mi espina
cuando se marcha
porque llora más que aprieta,
porque desnuda, mi alma, le duele más a ella.
Huyo de mis manos
que aún se pasean, prisioneras, con el último
recuerdo de tu tacto...
huyo,
y siempre acabo encontrándome cerca.
Existen primaveras que se parecen más al otoño,
se adueñan de su frío y de sus hojas en el suelo
y llora como llora su viento.
Y así llora la poesía,
llora el poeta,
lloran hasta las rocas muertas
que huyen de esa eterna primavera.
y al otro lado, la inocencia
se moja los pies
al saltar en los charcos
formados del llanto,
y corre feliz,
libre,
incauto.
y yo, que siempre he sido animal felino,
corro para lamer la inocencia,
para deshacerme del amante mudo
que desnuda mi cama,
que alimenta mis versos,
que conoce la papirofléxia de mi calma
y me deja serenamente muerta,
tristemente gato.