Pobre la noche que se queda en mi cabeza
tarde en mi recompensa,
fresca cual respiro de la tierra
cuando deja crecer la azucena
y veo el rito adverar su leyenda.
No hay historia que perturbe y sea dicha,
si no hay manera de que escuches
la corriente que araña los dientes
en el arroyo donde la nuca
es sombra del sol ardiente.
No he sabido contestarme
a quién le dedico los pensamientos
que no he querido concebir,
los que nunca te pude decir.
Dura lo que duda,
lo que tardo en aprender
qué descuido lo vuelve a ceder.
El tiempo que paso sin saber
si me querés volver a ver.
Tibia satisfacción incompleta,
el abandono de una certeza
sabida y por torpeza.
Tendré que besarle la herida
a la piel que no pude ser.
Donde haga la luna estragos
acordate de mi voz,
aunque se unan los mares y tus años
sé que nos vamos a reconocer.