Sé bien que hay una frontera,
un cristal de bordes redondeados,
una raya,
un lugar donde Eros está proscrito,
una isleta junto al semáforo
donde Michel nos persigue,
a ti te vende pañuelos,
a mí palomas de alas rojizas.
Tierra inhóspita que ahora cabalgo.
Quiero que mi verbo esté
en la servilleta volátil,
en la hoja rosa del parte
o en el filo de tu almohada.
Es una franja
tan estrecha
tan ancha
como beber cerveza sin o con.
Verdes naranjas que tornarán
su piel en atardeceres de verano,
que ofrecerán almíbar a los dioses,
inspiración al poeta,
cuando estemos junto al puesto
veremos sólo naranjas, tal vez su precio.
Aquí ante blanco papel emborronado
me siento acero
con empuñadura de plata
y te sueño perfume de jazmín
que llama a mi ventana.