No me sirve de nada ser invidente,
porque ya la luz cristalina
posó su arcoíris en la divina
silueta tuya: ya te guarda mi mente.
De nada me sirve ser sordo,
pues el eco, ni perezoso ni lerdo
me ha traído el ligero y suave son
de tu voz: ya lo atesora mi corazón.
Triste pienso en la triste posibilidad
que siendo ya sordo y ciego
recuerde estas cosas con lealtad
militar que carece de todo ego
y te lleve como el tiempo a la historia;
el tiempo es recuerdo y es memoria.