Me declaro inconstante,
adicto a la aspirina
y me chifla la leche de cigüeña con Kellogg's,
todo el mundo lo sabe: soy un pobre burgués de invernadero
que toma el agua hervida y se santigua con versos de Aristóteles,
además, soy vehemente,
tramposo,
irreflexivo
y no acepto tristezas con la lengua colgando y ni algazaras de rímel.
Mi defecto mayor es ser sincero pero sólo los lunes,
de martes a domingos uso verbos apócrifos
y lleno los hoteles de pelotas de golf,
voy al casino, pongo
cervezas a enfriar por si me vienen a ver los adorables marxistas
y deciden que es hora de meter en adobo a los termómetros.
Aborrezco la luz de los relámpagos y el ruido de las mulas mecánicas.
¿Irreverente yo?
Jamás dispararía a un cardenal mientras le beso el anillo
ni usé preservativo para hablar con los ángeles,
sin embargo
reconozco que un poco descarado sí soy,
que me gustan los culos jubilosos de las chicas de bien y los escotes
que muestran las cajeras de los supermercados.
Me declaro por fin admirador de las fresas azules
y exportador de sueños,
valedor de caimanes y aspirante a violín de golondrinas.
Pero no os confiéis,
nunca suelo llevar la misma ropa
dos semanas seguidas.