Desnúdate sin sábanas
una última vez,
que pueda contemplar
el cuerpo que nunca fue mío,
ni de nadie.
O vístete de atardecer
y dime cuándo o si nunca me amaste,
si sólo fue la sal perlada
de nuestra piel lo que te atrajo.
O calla y deja las palabras
- tantas veces prometidas -
en el cepillo que espumaba tu sonrisa.
Olvida tu mirada reflejada
sobre el espejo empañado
y regálame desde la puerta
el rímel de la última mirada.
Tal vez en tu marcha
me refresque la brisa
de tu falda al vuelo
o se contraiga el universo
hasta ahogar al último bosón de Higgs.
No olvides, por último, llevarte contigo
la veleidosa luz de las caricias
y el aroma almizclado de tus pasos.
Si la noche trae una copa vacía,
nada importa,
si hay hielo en los últimos besos.