(Cuartetos endecasílabos)
El gran circo anuncia en su inmensa pista
una de sus atracciones mejores,
y para recibirla con honores,
un aplauso dan al funambulista.
Con unas mallas y en las manos talco,
aparece en el cielo de la carpa,
y en los primeros compases de un arpa,
su gloria regala a platea y palco.
Un enorme silencio en el aforo,
envuelve tan sorprendente atracción,
y murmurando una vieja oración,
el funambulista como un tesoro,
sujeta la pértiga más que fuerte,
esa tarde no lleva protección
y aunque ha hecho mil veces esa actuación,
sabe que coquetea con la muerte.
Pone el primer pie sobre el fino alambre,
y éste se mueve de forma inusual,
su corazón se agita, algo va mal…
Su cuerpo se cierne como un estambre
mecido al viento de la primavera.
Y con cierto temor da un nuevo paso,
mirando en la lona su cielo raso,
esquivando todo miedo y quimera
que le supone el tercer paso dar.
La pértiga se le vence en un lado.
Los dedos pasan de blanco a morado…
y el miedo al fin no puede controlar.
Queda inmóvil luchando por su vida
mientras que suspendida en el ambiente,
la tragedia se espesa y se presiente,
una cruel e irremediable caída.
Hay quien tapa los ojos infantiles
de su sobrino, hijo o algún pupilo,
mientras con su corazón y alma en vilo,
el aforo enlaza frases febriles.
Al fin la pértiga cae a la pista,
y con ella cae también su moral,
que entre gritos y un estruendo infernal,
golpea en el suelo al funambulista.
Los payasos comienzan a bailar,
y mientras lo retiran con cariño,
al fondo se oye la risa de un niño…
¡El espectáculo ha de continuar!