Un alma mísera se colapsa en el infinito.
Despierta de un colapso amoroso
entre llantos, orgasmos y gemidos.
¿Será amor lo sentido por este ser?
O
¿Morirá el ente entre las garras del placer?
Se desgarra la vida entre un beso y la caricia.
No camina, solamente vuela en la irrealidad,
esa fantasía del fingido amor en la mirada.
Camina, corre, goza entre manantiales cósmicos,
da pasos interestelares en la zona romántica,
cae en el caos del dolor, cae en lo real, en la mentira.
Alma tal vez suicida vagando soñolienta
con parpados rutilantes en ilusiones magnánimas,
recorriendo organismos intensos, imperfectos.
El alma baja por los rayos de la Luna,
sombras insignificantes se translucen en su numen,
no pierde huella. En una metamorfosis mística
revolotea tartamuda entre callejuelas rotas,
y ciudades de cenizas que arrasan la vida.
Alma desdichada o dichosa recurre al verso,
a la soledad erudita del pergamino y papel
manchado por la quimérica tinta milenaria.
Recurre al ánfora exquisita recipiente del placer,
ese misterio no escrito con tinta sino con piel.