Vienes y vas, y casi nunca estás.
No tienes alas para volar, no dices nada, y qué más da, si cuando el viento sopla en tu pelo, arrastra tu valle hacia alta mar.
Demasiado tiempo para reflexionar,
y yo sentado, en la escalera de tu portal, mirando a la luna, esperando a que abra el balcón que da a la calle de la amargura.
Oigo tu voz entre la gente, y vuelvo la cara intentando anclar mis vientos en tu poniente. Y nada pasa, nada que empuje la tarde en calma hasta la orilla bajo tu falda.
Y aún no has vuelto, porque en realidad nunca te fuiste, aún no callaste, porque en todo este tiempo mil veces me hablaste y mil una te alejaste.
Y yo sigo sentado en tu escalera, con mis manos frías sobre tu hoguera, sin otra cosa que pensar en como sería las noches si es que acaso, tú, volvieras.