Abriré las entrañas de tu tierra.
Separaré piedra de piedra.
Con lo bueno, encenderé el alma,
… cultivaré el tiempo que me calma.
Del plomizo gris lejano,
reescribiré las notas y los acordes
que te inmortalizaron en sueños.
Extinguidas voces lanzadas al abismo.
Los imposibles, volverán a ser ideas,
Cruz del Sur, palabras que pueblan,
tallos y mensajes que se revelan,
pasiones encendidas en un cielo de estrellas.
Desde el Huayna Picchu,
en un jirón de nubes, sin más formas
que las de anhelos y lágrimas,
llegarán voces que aún resuenan.
No serán quejidos ni llantos,
solo palabras y silbidos en vientos otoñales.
Apenas un rumor del frío que se acerca;
y con él, esperanzas que renacerán en cada primavera.
Ventilaré las historias de tus valles,
la triste historia de un pueblo olvidado,
el sonido de los templos y las paredes.
De la selva, el por qué del silencio exiliado.
…
Por mucho tiempo, tu recinto
se cubrió de interminable sosiego.
Y el mensaje, como una tumba sin muerto,
pareció perderse en un instante eterno.
Con los años, lamentos lejanos
(de espíritus invisibles)
pidieron al sol y a la virgen
una oración diáfana y solemne.
Pachamama, mística Chakana,
Madre Tierra; puente cósmico.
Energía y materia, tiempo y espacio que dio
origen a la vida, los caminos y las terrazas.
Utopía modelada por los que fueron
y por los que no pudieron.
Razas intermedias que, en vacilantes cuerpos,
siguen apagando la oscuridad que los atropella.
¿Es cielo o tierra, lo que en el aire se respira?
Almas solitarias, imposibles existencias,
acervo en repetidas canciones maternas.
¿Es espíritu en el reino o en la quimera?
No serás solo nube, ni montaña,
ni brotes en las grietas de tus templos,
serás éste y todos los pueblos, con sueños
de media noche por un nuevo mañana.
En la mente del forastero
seguirás siendo: raza primera
que al cielo, el viento
aún lleva.