El la vio y se decidió a invitarla a cenar, ella sin pensarlo aceptó y se pusieron de acuerdo de cómo lo harían, al atardecer él la pasó a buscar y la llevó a un restaurante nuevo de la ciudad, fue una cena agradable de amena conversación, después de un rato la conversación entró en un tono algo más romántico; también a ratos el contenido de lo que se dice no tiene realmente sentido, pero causaba una amena gracia, las mirada dicen más que las palabras y comienza a nacer una complicidad mutua, hay un juego de roces y caricias con sus manos, las palabras van y vienen junto con ya unos besos en las manos, una mirada intensa se cruza entre ellos, es cuando él decide robarle un beso y comienza a acercarse lentamente; su corazón se acelera y se produce esa interminable sensación donde se especula si habrá o no rechazo; ya en el aire se respira amor. Las miradas fijas entre ellos, intensas, sin parpadear ya no hay palabras ni marcha atrás está todo predispuesto, solo queda silencio y cada vez más cercanía, lentamente se siguen acercando, el ambiente entre ellos está muy candente…
De la nada ella comienza a reír, primero suave y rápidamente a carcajadas, el sin saber lo que pasaba, pero sintiendo como su corazón se paralizaba y era atravesado por miles de espinas, la mira fijamente, saca fuerzas y le pregunta.
¿Qué pasó? ¿Por qué me rechazas y te burlas?
Ella lo mira tiernamente y le dice:
- No mi loquillo lindo, no me burlo ni te rechazo, me gusta mucho como eres, tierno, cariñoso, simpático, alegre, audaz, pero hay algo; mientras de su cartera sacaba un espejo pequeño y se lo pasa para que se vea. Al verse también comienza a reír, ese sudor frío que lo había cubierto comienza a desaparecer, ya de nuevo hay confianza entre ellos, no podían hablar de tanto reír hasta que ella toma aire y le dice:
No vuelvas a comer ensaladitas con verduras verdes en una cena o de nuevo te quedará pegada en el diente y se volverá a ver verde como ahora y nos causó tanta risa.