Tuve en mi mano la hoja verde del campo,
verde era y yo la tenía en mi mano.
La roya llegó a ella una noche de verano
y la envolvió como la herrumbre al tiempo.
No pude sino ver cómo se me moría
y yo la tenía en mi mano; impotente
lloré por mucho tiempo amargamente.
Ella era verde, y yo ya no más reiría.
Hoy, la hoja ausente y silenciosa,
ostenta su nombradía laboriosa,
y descansa como la sombra de lo que fue.
Fúnebre pieza de un tiempo de oro,
diamante negro que aún hoy añoro;
reino lejano en el que un solo día reiné.