Está lloviendo.
La lluvia echa el telón sobre la ciudad.
Telón blanquecino, casi opaco.
Chapotean mis pies sobre los charcos.
Me dejo anegar hasta que el atuendo
Luce por su inexistencia.
Deténgome delante de un crisantemo
Que llena de luz un doméstico jardín.
Crisantemo amarillo Molière para ser
Más preciso.
Contemplo atónito la libación de una abeja,
Impertérrita ante semejante diluvio.
Su sistema de sujeción a la hoja es sublime,
Así como su tesón, la llamada del instinto.
Ausente, absorto, casi impermeable al líquido
existencial, disecciono con las pupilas cada
succión de néctar, cada destello del cristal
caleidoscópico de las celdas oculares.
Pasó una eternidad mientras buceaba en
el mar que guarda como pecios oxidados
los secretos de la vida. Lo elemental.
Corto el crisantemo, unicornio que vuela
a las riendas de un príncipe de miel, para
depositarlo en el libro donde guardo los
recuerdos.
La abeja voló, ya repleta, ya servida hacia
su colmena.