Koldo

Cartas del mar interior

La mañana era fresca cuando me desperté,

aún no había aparecido el sol.

Ya se oían sin embargo los coches por la calle,

los pasos de los vecinos de arriba,

el correr de las aguas en el edificio.

Coloqué mi cojín en el suelo,

y me senté en postura fácil:

la respiración suave y profunda sería mi guía.

Me hice más consciente del correr de mi sangre

por todo mi cuerpo:

y a través de esa puerta bajé a ese centro de conexión

donde la mente no sabe actuar:

la serenidad me llenaba,

la atención fija en lo que iba surgiendo de mi interior.

Me diluí,

el yo desapareció, durante un rato solo hubo respirar, solo sentir, el sujeto que respira o siente no estaba presente.

Y como una ola de calor de fuego de fuerza me vino

la respuesta que no había encontrado en cavilaciones inútiles, infructuosas,

la respuesta a mi duda de esos días.

No estuve más de media hora, según el reloj,

pero ¿qué sabe el reloj del tiempo?